Por lo pronto prefieres el silencio donde la palabras acumula una serie de frases que te asaltan en tropel. Son construcciones que decides deben no ser dichas, cifradas, aunadas a una métrica, a un sistema y un sentido posibles. Luchas porque las cosas que configuran tu universo sean suficientes, únicas y totalmente importantes.
Sin embargo, ese silencio atiborrado de decires inunda tu pensamiento. Sí, aquel pensamiento que es asaltado por imágenes, sonidos, olores, sensaciones vividas e imaginarias. Anhelos y apetencias que acaso crees necesitar; y puede que no las necesites, pero su ausencia es invitación a una melancolía que se retrotrae sobre la espiral en la que se despliegan los latidos de tu corazón.
Das, entonces, la espalda a lo que sientes y rechazas el beso imaginado que se posó en los labios reales que día a día te traen noticias de la realidad que elegiste, la cual conoces como tu vida.
Y así, vez tras vez, tropieza la poesía y cuanto canto suba por tu lengua y busque la luz de tu boca, el sabor que sólo tu voz podría darle.